Está claro que estamos inmersos en el mundo del consumo.
Y el consumo y las marcas son primos-hermanos.
No seamos «hipócritas». Eso de «a mi la marca me da igual» se queda muy atrás en multitud de ámbitos. Ya sea por uso, comodidad, precio, estatus social, amor irracional, etc.
Amamos las marcas de muchas formas. En eso se basa el consumo.
Pero… ¿cómo nos atraen las marcas?
Publicidad, y más publicidad. Nos llevan por el camino de «ser auténticos», de «diferenciarnos», de «innovar». Y eso a todos nos gusta.
Llevar unas Nike último modelo, o beber Coca Cola nos hace sentir bien (o al menos mejor en muchos casos). 100% emociones. Somos máquinas emocionales, seres sociales.
Hace miles de años, nos diferenciábamos por las pieles o las lanzas. Ahora, por la ropa, los mp4, los coches y los «lifestyles».
Nada ha cambiado en realidad.
Es por ello que las marcas trabajan muchos valores ‘no racionales’. Quieren atraernos, que «piquemos» y luego fidelizarnos. Y nosotros, claro está, nos dejamos.
Porque mucho se critica de las marcas… mucho se critica de lo caro o barato que puede ser… de las inversiones que hacen. Pero ellas no pierden un duro, y nosotros ganamos en emociones.
Las marcas son algo más que producto y/o servicio. Son emociones consumistas con las que nos sentimos felices.
Las marcas son felicidad.
